El Shock de la Victoria

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Un Ensayo de David Graeber—y un Breve Elogio para él

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Hoy, lamentamos el fallecimiento de nuestro amigo y compañero, David Graeber, un pensador incansable, perspicaz y de gran alcance. En su honor, presentamos su ensayo, “El Shock de la Vitoria”, que escribió para el quinto número de nuestra revista, Rolling Thunder, explorando cómo lxs anarquistas pueden establecer metas a largo plazo para que la victoria no les pille por sorpresa.


El inesperado fallecimiento de David nos pilla por sorpresa. Hace solo unos días, estuvimos en contacto con él con motivo de la decisión de Facebook de prohibir las páginas anarquistas para apaciguar a la administración Trump. David fue uno de los primeros en responder con una declaración de apoyo, afirmando que “nada podría ser más evidentemente violento que decirnos—y en particular a nuestrxs jóvenes—que tenemos prohibido soñar con un mundo pacífico y solidario”.

Esto formaba parte del carácter de David. No era solo un intelectual—siempre estaba dispuesto a posicionarse, situándose en el centro de los acontecimientos. Participó en la Red de Acción Directa en la ciudad de Nueva York, antes de las manifestaciones masivas contra la ministerial del Área de Libre Comercio de las Américas en la ciudad de Quebec en abril de 2001, en el punto culminante del llamado movimiento “antiglobalización”. Fue un participante fundamental en la fundación de Occupy Wall Street y participó en los debates sobre la “violencia” que lo siguieron, enfrentándose a lxs mismxs expertxs moralistas a lxs que se enfrentaron otrxs anarquistas. Fue uno de lxs primerxs en dirigir la atención internacional hacia el experimento revolucionario de Rojava cuando este fue amenazado por el Estado Islámico, y se unió a nosotrxs hace un año para pedir solidaridad cuando Turquía la invadió.

Arriesgó tanto su cuerpo como su reputación, enfrentándose tanto gases lacrimógenos como a represalias académicas. Después de que Yale le obligara a marcharse por sus ideas políticas, David se vio obligado a trasladarse al extranjero para encontrar un puesto universitario acorde con sus capacidades. Consiguió un contrato corporativo para una de sus publicaciones, sí, pero lo hizo negándose a comprometerse, no diluyendo su política.

David escribió—y pensó, dijo e hizo—más de lo que podríamos resumir aquí. Esperamos que otrxs le dediquen una eulogía adecuada, pormenorizando todas sus actividades y su contribución en una amplia variedad de campos. Incluso cuando no estuvimos de acuerdo —nuestro análisis de la democracia es, en parte, respuesta al relato de David sobre la democracia en ensayos como “Nunca ha existido Occidente” —siempre aprendimos de él. Era un amigo incondicional y un digno adversario.

En la obra más trascendente de Graeber, como el ensayo “¿De qué sirve si no podemos divertirnos?”, lidia con las preguntas ontológicas básicas sobre la libertad y el cosmos. Así lo recordamos, entrelazando diferentes hilos para presentar una visión de la autodeterminación que se extiende desde las partículas subatómicas hasta sociedades y ecosistemas enteros:

¿Tiene sentido decir que un electrón «elige» saltar de la manera que lo hace? Obviamente no hay manera de probarlo. La única evidencia que podríamos tener (que no podemos predecir lo que va a hacer), la tenemos. Pero es apenas decisiva. Aun así, si se quiere una explicación materialista del mundo que sea consistente— esto es, si no se desea considerar la mente como una entidad sobrenatural impuesta al mundo material, sino como una organización más compleja de procesos que ya están en marcha, en todos los niveles de la realidad material—entonces tiene sentido que algo que se parezca al menos un poco a la intencionalidad, algo que se parezca al menos un poco a la experiencia, algo que se parezca al menos un poco a la libertad, tendría que existir también en todos los niveles de la realidad física.”

Falleció a la temprana edad de 59 años. Nuestro corazón está con todxs lxs que le sobreviven. Lloramos su muerte y nos apenamos por todas las cosas que David aún podría haber compartido con nosotrxs.


David Graeber, descansa en paz.

El ensayo que compartimos aquí surgió de una discusión sobre el legado de las luchas anticapitalistas a principios de siglo, durante las protestas contra la Organización Mundial del Comercio, el Banco Mundial y las propuestas de iniciativas de “libre” comercio, como el Área de Libre Comercio de las Américas. Lxs anarquistas y otrxs manifestantes anticapitalistas desempeñaron un papel importante en la deslegitimación de la OMC y el Banco Mundial e incluso lograron bloquear la aprobación del acuerdo del ALCA—sin embargo, después, muchxs de lxs participantes en el movimiento se sintieron abatidxs, consternadxs por no haber tenido éxito en abolir por completo el capitalismo.

Después de esta discusión, invitamos a David a ampliar su pensamiento en un ensayo para Rolling Thunder, y el resultado fue el siguiente ensayo, “El Shock de la Victoria”.

En todo caso, el argumento de David de que lxs anarquistas a menudo no están preparadxs para la victoria es más oportuno hoy que cuando apareció a principios de 2008. En los últimos años, lxs anarquistas y otrxs defensorxs de la abolición de la policía, las prisiones y el sistema de justicia penal existente, han logrado popularizar la idea de que todas ellas son instituciones injustas y carecen de legitimidad para gobernar nuestras vidas. Como era de esperar, lxs autoritarixs y la policía han contraatacado con una violencia extraordinaria. Atrapadxs en una guerra de desgaste que implica enfrentamientos nocturnos, es fácil que lxs manifestantes sientan que estamos perdiendo—cuando a nivel histórico, ya hemos logrado algunas de las metas que parecían impensables hace solo unos años. La pregunta—tanto en 2008 como en la actualidad—es cómo podemos elaborar estrategias durante un periodo de tiempo lo suficientemente amplio como para aprovechar al máximo nuestras victorias, en lugar de sumirnos en la desesperanza ante los desesperados ataques de la reacción.

Instamos a todo el mundo a que lea la obra de David y haga suyo cualquiera de sus proyectos. Él debería seguir presente en nuestros movimientos, vivo en nuestra memoria a través de sus palabras, en las acciones que emprendemos y las ideas que compartimos.

David como lo conocimos y amamos.


El Shock de la Victoria

El mayor problema al que se enfrentan los movimientos de acción directa es que no sabemos cómo gestionar la victoria.

Esto puede parecer una extraña afirmación, teniendo en cuenta que muchxs de nosotrxs no nos hemos sentido últimamente particularmente victoriosxs. La mayoría de lxs anarquistas de hoy en día sienten que el movimiento por la justicia global fue una especie de evento pasajero: ciertamente inspirador, mientras duró, pero no un movimiento que lograra asentar unas bases organizativas duraderas o transformara los límites del poder en el mundo. El movimiento contra la guerra fue aún más frustrante, ya que, tanto lxs anarquistas como las tácticas anarquistas, fueron, en gran medida, marginadxs. La guerra terminará, por supuesto, pero solo porque las guerras siempre terminan. Nadie siente que haya contribuido mucho a ello.

Quiero sugerir una interpretación alternativa. Permitidme aquí presentar tres ideas iniciales:

1. Por extraño que parezca, las clases dominantes nos temen. Parece que todavía están obsesionadxs por la posibilidad de que, si el/a estadounidense medix realmente se entera de lo que están haciendo, todxs terminen colgadxs de los árboles. Sé que parece inverosímil, pero es difícil encontrar otra explicación a la forma en que entran en pánico cada vez que hay cualquier indicio de movilización masiva, y especialmente de acción directa masiva, y normalmente intentan iniciar algún tipo de guerra para desviar la atención.

2. Sin embargo, en cierto modo, este pánico está justificado. La acción directa masiva—especialmente cuando se organiza en términos democráticos—es increíblemente efectiva. En Estados Unidos, durante los últimos treinta años, solo ha habido dos casos de acción masiva de este tipo: el movimiento antinuclear a finales de los 70 y el llamado movimiento “antiglobalización” desde aproximadamente 1999 hasta 2001. En cada uno de ellos, los principales objetivos políticos del movimiento se alcanzaron mucho más rápido de lo que cualquiera de lxs implicadxs creyó posible.

3. El verdadero problema al que se enfrentan estos movimientos es que siempre les pilla por sorpresa la rapidez de su éxito inicial. Nunca estamos preparadxs para la victoria. Nos confunde. Empezamos a pelearnos entre nosotrxs. La intensificación de la represión y los llamamientos al nacionalismo, que inevitablemente acompañan a una nueva movilización bélica, le hacen el juego a lxs autoritarios de todos los lados del espectro político. Como resultado, para cuando el impacto total de nuestra victoria inicial se hace evidente, estamos generalmente demasiado ocupadxs sintiéndonos fracasadxs como para darnos siquiera cuenta de ella.

Un manifestante arroja un bote de gas lacrimógeno a la policía que lo disparó durante las manifestaciones contra la Ministerial del Área de Libre Comercio de las Américas en la ciudad de Quebec, del 20 al 21 de abril, durante el punto culminante del llamado movimiento “antiglobalización”.

Permitidme tomar los dos ejemplos más destacados caso por caso:

I: El Movimiento Antinuclear

El movimiento antinuclear de finales de los 70 marcó en norteamérica la primera aparición de lo que ahora consideramos tácticas y formas de organización anarquistas estándar: acciones masivas, grupos de afinidad, consejos de portavoces, proceso de consenso, solidaridad carcelaria, el principio mismo de democracia directa descentralizada … Todo era algo primitivo, en comparación con cómo es ahora, y había diferencias significativas—sobre todo concepciones mucho más estrictas, al estilo de Gandhi, de la no violencia—pero todos los elementos estaban allí y era la primera vez que se unían como un paquete. Durante dos años, el movimiento creció a una velocidad asombrosa y mostró todos los signos de convertirse en un fenómeno a nivel nacional. Luego, casi con la misma rapidez, se desintegró.

Todo comenzó cuando, en 1974, algunxs veteranxs pacifistas de Nueva Inglaterra, convertidxs en agricultorxs orgánicxs, bloquearon con éxito el proyecto de construcción de una planta de energía nuclear en Montague, Massachusetts. En 1976, se unieron a otrxs activistas de Nueva Inglaterra, inspiradxs por el éxito de la okupación de una planta, durante un año, en Alemania, para crear la Alianza Clamshell. El objetivo inmediato de Clamshell era detener el proyecto de construcción de una planta de energía nuclear en Seabrook, New Hampshire. Aunque la alianza nunca llegó a gestionar una okupación, sino una serie de dramáticas detenciones masivas, combinadas con solidaridad carcelaria, sus acciones—que involucraron, en su punto álgido, a decenas de miles de personas organizadas en términos de democracia directa—lograron cuestionar la idea misma de la energía nuclear como nunca antes se había hecho. Comenzaron a surgir coaliciones similares por todo el país:

Las primeras tres acciones masivas de Clamshell, en 1976 y 1977, tuvieron un gran éxito. Pero pronto entró en crisis por cuestiones de proceso democrático. En mayo de 1978, un recién creado Comité Coordinador violó el acuerdo para aceptar una oferta de última hora del gobierno de realizar una concentración legal de tres días en Seabrook, en lugar de la cuarta okupación prevista (la excusa fue la reticencia a enemistarse con la comunidad circundante). Se iniciaron enconados debates sobre el consenso y las relaciones comunitarias, que luego se ampliaron al papel de la no violencia (incluso cortar vallas, o medidas defensivas como máscaras de gas, estaban originalmente prohibidas), prejuicios de género, etc. En 1979, la alianza se dividió en dos facciones rivales y cada vez más ineficaces y, después de muchas demoras, la planta de Seabrook (o, en cualquier caso, la mitad de ella) entró en funcionamiento. La Alianza Abalone duró más, hasta 1985, en parte gracias a su núcleo duro de anarcofeministas, pero al final, Diablo Canyon también obtuvo su licencia y entró en funcionamiento en diciembre de 1988.

A simple vista, esto no suena demasiado inspirador. Pero ¿qué estaba realmente tratando de lograr el movimiento? Para entenderlo, puede ser útil trazar un mapa de todos sus objetivos:

1. Metas a corto plazo: bloquear la construcción de la central nuclear en cuestión (Seabrook, Diablo Canyon…).

2. Metas a medio plazo: bloquear la construcción de todas las nuevas plantas nucleares, deslegitimar la idea misma de la energía nuclear y comenzar a avanzar hacia la conservación y la energía verde, y legitimar nuevas formas de resistencia no violenta y democracia directa de inspiración feminista.

3. Metas a largo plazo: (al menos para los elementos más radicales) aplastar el estado y destruir el capitalismo.

Si es así, los resultados son claros. Las metas a corto plazo casi nunca se alcanzaron. A pesar de las numerosas victorias tácticas (retrasos, quiebras de empresas de servicios públicos, requerimientos judiciales), las plantas que se convirtieron en el objetivo de la acción masiva se pusieron finalmente en funcionamiento. Los gobiernos simplemente no pueden permitir que se les vea perdiendo semejante batalla. Evidentemente, tampoco se alcanzaron los objetivos a largo plazo. Pero una de las razones por las que no fue así es que las metas a medio plazo se alcanzaron casi de inmediato. Las acciones deslegitimizaron la idea misma de la energía nuclear—aumentando la conciencia pública hasta el punto de que cuando Three Mile Island entró en estado de fusión en 1979, condenó a la industria nuclear para siempre. Aunque los planes de Seabrook y Diablo Canyon no se cancelaron, casi todos los demás planes para construir un reactor nuclear, que estaban pendientes, lo fueron, y no se ha propuesto ninguno nuevo desde hace un cuarto de siglo. En efecto, hubo un movimiento hacia la conservación, la energía verde y la legitimación de nuevas técnicas de organización democrática. Todo esto ocurrió mucho más rápido de lo que nadie había previsto

En retrospectiva, es fácil ver que la mayoría de los problemas posteriores surgieron directamente de la velocidad misma del éxito del movimiento. Lxs radicales esperaban establecer vínculos entre la industria nuclear y la naturaleza misma del sistema capitalista que la creó. Resulta que el sistema capitalista demostró estar más que dispuesto a deshacerse de la industria nuclear en el momento en que se convirtió en un lastre. Una vez que las gigantes empresas de servicios públicos comenzaron a afirmar que también querían promover la energía verde, invitando efectivamente a lo que ahora llamaríamos tipxs de ONG a un espacio en la mesa, hubo una enorme tentación de saltar del barco. Sobre todo, porque muchos de ellxs, desde un principio, solo se aliaron con grupos más radicales para ganarse un lugar en la mesa.

El resultado inevitable fue una serie de acalorados debates estratégicos. Pero es imposible entender esto sin comprender primero que los debates estratégicos, dentro de los movimientos de democracia directa, rara vez se llevan a cabo como tales. Casi siempre toman la forma de debates sobre otra cosa. Tomemos, por ejemplo, la cuestión del capitalismo. Lxs anticapitalistas suelen estar más que felices de discutir su posición sobre el tema. A lxs liberales, por otro lado, realmente no les gusta tener que decir, “en realidad, estoy a favor de mantener el capitalismo”, así que, siempre que es posible, tratan de cambiar de tema. Por lo tanto, los debates que en realidad tienen que ver con desafiar directamente al capitalismo generalmente terminan siendo discutidos como si fueran debates a corto plazo sobre tácticas y no violencia. A lxs socialistas autoritarixs, o a otrxs que desconfían de la propia democracia, tampoco les gusta hacer de esto una prioridad, y prefieren hablar de la necesidad de crear coaliciones lo más amplias posibles. Aquellxs a quienes les gusta la democracia, pero sienten que un grupo está tomando la dirección estratégica equivocada, a menudo encuentran que es mucho más efectivo desafiar su proceso de toma de decisiones que desafiar sus decisiones reales.

Manifestantes lidiando con los efectos del gas lacrimógeno durante las manifestaciones contra la Ministerial del Área de Libre Comercio de las Américas en la ciudad de Quebec, 2001.

Aquí hay otro factor que se menciona aún menos, pero creo que es igualmente importante. Todo el mundo sabe que, frente a una coalición amplia y potencialmente revolucionaria, el primer paso de cualquier gobierno será intentar dividirla. Hacer concesiones para aplacar a lxs moderadxs mientras criminaliza selectivamente a lxs radicales—esto es Art of Governance 101. Además, el gobierno de Estados Unidos está en posesión de un imperio global que se moviliza constantemente para la guerra, y esto le da otra opción que la mayoría de los gobiernos no tienen. Quienes lo dirigen pueden aumentar el nivel de violencia en el extranjero prácticamente en cualquier momento que lo deseen; esto ha demostrado ser una forma notablemente eficaz de desactivar los movimientos sociales que giran en torno a preocupaciones nacionales. No parece una coincidencia que el movimiento de derechos civiles fuera seguido por importantes concesiones políticas y una rápida escalada de la guerra en Vietnam; que al movimiento antinuclear le siguiera el abandono de la energía nuclear y la intensificación de la Guerra Fría, con programas de Star Wars y guerras indirectas en Afganistán y América Central; que al Movimiento por la Justicia Global le siguiera el colapso del Consenso de Washington y la Guerra contra el Terrorismo. Como resultado, los primeros SDS tuvieron que dejar de lado su énfasis inicial en la democracia participativa para convertirse en un mero movimiento contra la guerra; el movimiento antinuclear se transformó en un movimiento de congelación nuclear; las estructuras horizontales de DAN y PGA dieron paso a organizaciones de arriba a abajo como ANSWER y UFPJ.

Desde el punto de vista del gobierno, la solución militar tiene sus riesgos. Todo el asunto puede estallarle en la cara, como sucedió en Vietnam (de ahí la obsesión, al menos desde la primera Guerra del Golfo, por diseñar una guerra que sea efectivamente a prueba de protestas). También existe siempre un pequeño riesgo de que se produzca un error de cálculo. Desencadenar accidentalmente un Armagedón nuclear y destruir el planeta. Pero estos son riesgos que lxs políticxs que se enfrentan a los disturbios civiles parecen haber estado más que dispuestos a asumir—aunque sólo sea porque los movimientos de democracia directa realmente lxs asustan, mientras que los movimientos contra la guerra son su adversario preferido. Después de todo, los estados son, en última instancia, formas de violencia—es su lengua materna. Tan pronto como el argumento cambia a violencia versus no violencia, regresan a su propio terreno, donde están mejor equipados para justificarse y hacerse valer. Las organizaciones concebidas para librar guerras u oponerse a ellas siempre tenderán a estar organizadas de manera más jerárquica que aquellas concebidas con casi cualquier otra cosa en mente. Esto es ciertamente lo que sucedió en el caso del movimiento antinuclear.

Si bien las movilizaciones contra la guerra de los años 80 fueron mucho más numerosas que las de Clamshell o Abalone, también marcaron un regreso a las marchas con pancartas, mítines permitidos y el abandono de los experimentos con nuevas formas de democracia directa.

Policía detrás de una barrera durante las manifestaciones contra la Ministerial del Área de Libre Comercio de las Américas en la ciudad de Quebec, 2001.

II: El Movimiento por la Justicia Global

Asumiré que nuestrxs amables lectorxs está ampliamente familiarizadxs con las acciones contra la cumbre de la Organización Mundial del Comercio en Seattle, los bloqueos del FMI y contra el Banco Mundial seis meses después en Washington en la A16, y subsiguientes.

En Estados Unidos el movimiento estalló de manera tan rápida y dramática que ni siquiera los medios de comunicación pudieron ignorarlo por completo. Con la misma velocidad, comenzó a fagocitarse a sí mismo. Se crearon Redes de Acción Directa en casi todas las grandes ciudades del país. Mientras algunas de ellas (especialmente la RAD de Seattle y la RAD de Los Ángeles) eran reformistas, anti-corporativas, y fanáticas de los estrictos códigos de no-violencia, la mayoría (tales como las RAD de New York y Chicago) fueron abrumadoramente anarquistas y anti-capitalistas, orientadas a una gran diversidad de tácticas. Otras ciudades (Montreal, Washigton D.C.) crearon la aún más explícitamente anarquista Convergencia Anti-Capitalista. Las RADs anti-corporativas se disolvieron casi de inmediato, pero unas pocas sobrevivieron más de un par de años. Hubo amargos e interminables debates: sobre la no violencia, sobre asaltar cumbres, sobre los problemas del racismo y los privilegios, sobre la viabilidad de los modelos en red.

Luego vino el 11 de septiembre, seguido de un enorme aumento del nivel de represión y la paranoia resultante, y la aterrorizada huida de casi todxs nuestrxs antiguxs aliadxs de sindicatos y ONG. En Miami, en 2003, parecía que nos habían derrotado, y una parálisis, de la que sólo recientemente hemos empezado a recuperarnos, se apoderó del movimiento.

El 11 de septiembre fue un acontecimiento tan extraño, una catástrofe tan grande, que hace casi imposible percibir nada más aparte de él. Inmediatamente después, casi todas las estructuras creadas en el movimiento de antiglobalización se derrumbaron. Pero una de las razones por las que fue tan fácil que se derrumbaran fue— no sólo porque la guerra parecía una preocupación mucho más urgente—sino porque, una vez más, en la mayoría de nuestros objetivos inmediatos, inesperadamente, ya habíamos ganado.

El Black Bloc marchando a la batalla el 21 de abril de 2001, durante los enfrentamientos al margen de las manifestaciones contra el Área de Libre Comercio de las Américas ministeriales en la ciudad de Quebec.

Yo mismo, me uní a la NYC RAD en la época de la A16. En ese momento, la RAD en su conjunto se veía a sí misma como un grupo con dos objetivos principales. Uno, ayudar a coordinar el ala norteamericana de un vasto movimiento global contra el neoliberalismo, y lo que entonces se llamó el Consenso de Washington, destruir la hegemonía de las ideas neoliberales, detener todos los nuevos grandes acuerdos comerciales (OMC, ALCA) y desacreditar, y eventualmente acabar, con organizaciones como el FMI. El otro era reemplazar los anticuados estilos de organización activista junto con sus comités directivos y disputas ideológicas, para difundir un modelo (muy inspirado en el anarquismo) de democracia directa: descentralizado, con estructuras de grupos de afinidad, procesos de consenso. En ese momento, a veces llamábamos “contaminacionismo” a la idea de que todas las personas lo que realmente necesitaban era estar expuestas a la experiencia de la acción directa y la democracia directa para querer empezar a imitarlas por sí mismas. Había una sensación generalizada de que no estábamos intentando construir una estructura permanente; la RAD era solo un medio para conseguir ese fin. Cuando cumpliera su propósito, me explicaron varixs miembrxs fundadorxs, ya no sería necesaria. Por otro lado, estos eran objetivos bastante ambiciosos, por lo que también asumimos que, incluso si los alcanzáramos, probablemente nos llevaría al menos una década.

Al final resultó que nos llevó alrededor de año y medio.

Obviamente, no logramos desencadenar una revolución social. Pero una razón por la que nunca llegamos al punto de inspirar a cientos de miles de personas a levantarse fue, nuevamente, que logramos nuestros otros objetivos demasiado rápido. Considerad la cuestión de la organización. Mientras las coaliciones antiguerra continúan operando, tal como lo hacen siempre las coaliciones antiguerra, como grupos de frentes populares organizados de arriba-abajo, casi todos los grupos radicales a pequeña escala que no están dominados por sectarios marxistas de un tipo u otro—y esto incluye cualquier cosa, desde organizaciones de inmigrantes sirios en Montreal hasta jardines comunitarios en Detroit—ahora funcionan, en gran medida, de acuerdo a principios anarquistas— aunque es posible que no lo sepan. El contaminacionismo funcionó. Simultáneamente, tomemos el ámbito de las ideas. El Consenso de Washington está en ruinas. Tanto es así, que ahora es difícil recordar cómo era el discurso público en este país incluso antes de Seattle.

Rara vez los medios de comunicación y las clases políticas han sido tan completamente unánimes en algo—que el “libre comercio”, los “mercados libres” y el sobrealimentado capitalismo salvaje eran la única dirección posible para la historia de la humanidad; la única solución posible para cualquier problema, estaba tan completamente asumido que, cualquiera que mostrara dudas sobre esta proposición, era tratado literalmente de locx. Lxs activistas de la Justicia Global, cuando se obligaron por primera vez a llamar la atención de la CNN o el Newsweek, fueron inmediatamente tachadxs de lunáticxs reaccionarixs. Un año o dos después, la CNN y el Newsweek decían que habíamos ganado la discusión.

Anarquistas y otrxs manifestantes derriban la valla alrededor de la Ministerial del Área de Libre Comercio de las Américas en la ciudad de Quebec el 20 de abril de 2001.

Por lo general, cuando planteo este punto frente a un público anarquista, alguien objeta de inmediato: “bueno, claro, la retórica ha cambiado, pero las políticas siguen siendo las mismas”. Eso en cierto modo es cierto. Es decir, es cierto que no destruimos el capitalismo. Pero nosotrxs (entendiendo el “nosotrxs” como el ala horizontalista y orientada a la acción directa del movimiento planetario contra el neoliberalismo) posiblemente asestamos un golpe mayor en solo dos años que cualquier otrxs desde, digamos, la Revolución Rusa. Permitidme que me refiera a eso punto por punto:

  • Tratados de libre comercio. Todos los ambiciosos tratados de libre comercio planeados desde 1998 han fracasado. El MAI fue derrotado; el ALCA, objetivo de las acciones en la ciudad de Quebec y Miami, se frenó en seco. La mayoría de nosotrxs recordamos la cumbre del ALCA de 2003 principalmente por la introducción del “modelo Miami” de represión policial extrema, ejercido incluso contra la resistencia civil obviamente no violenta. Fue eso. Pero olvidamos que fue, sobre todo, la furiosa sacudida de una manada de, extremadamente malxs, perdedorxs—Miami fue la reunión donde murió definitivamente el ALCA. Ahora nadie habla siquiera de grandes y ambiciosos tratados a esa escala. EE.UU. se ha visto reducido a impulsar pactos comerciales menores, de país a país, con aliados tradicionales como Corea del Sur y Perú, o, en el mejor de los casos, acuerdos como el CAFTA, uniendo a los estados cliente de Centroamérica que aún le quedan, y ni siquiera está claro que vaya a conseguirlo.

  • La Organización Mundial del Comercio. Después de la catástrofe (para ellxs) en Seattle, lxs organizadorxs trasladaron la siguiente reunión a la isla de Doha en el golfo Pérsico, decidiendo, al parecer, que preferían correr el riesgo de ser destruidxs por Osama bin Laden, que tener que enfrentarse a otro bloqueo de la RAD. Durante seis años se dedicaron a insistir en la “Ronda de Doha”. El problema fue que, envalentonadxs por el movimiento de protesta, los gobiernos del Sur comenzaron a insistir en que ya no aceptarían abrir sus fronteras a las importaciones agrícolas de los países ricos, a menos que, esos países ricos, al menos, dejaran de invertir en sus propias industrias miles de millones de dólares en subsidios agrícolas, para asegurarse de que lxs agricultores del sur no pudieran competir con ellos. Dado que Estados Unidos, en particular, no tenía la intención de hacer el tipo de sacrificios que exigía al resto del mundo, todos los acuerdos quedaron cancelados. En julio de 2006, Pierre Lamy, director de la OMC, declaró muerta la ronda de Doha y en este momento nadie habla de otra negociación de la OMC hasta dentro de, al menos, dos años—momento en el que la organización podría muy posiblemente no existir.

  • Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial. Esta es la historia más asombrosa de todas. El FMI se está acercando rápidamente a la bancarrota y es resultado directo de la movilización mundial en su contra. Para decirlo sin rodeos: lo destruimos. El Banco Mundial no lo está haciendo mucho mejor. Pero para cuando se sintieron todos los efectos, ni siquiera estábamos prestando atención.

Vale la pena contar esta última historia con cierto detalle.

El FMI siempre fue el archivillano de la lucha. Es el instrumento más poderoso, más arrogante, y más despiadado a través del cual, durante los últimos veinticinco años, se han impuesto las políticas neoliberales a los países más pobres del Sur global, básicamente mediante la manipulación de la deuda. A cambio de una refinanciación de emergencia, el FMI exigía “programas de ajuste estructural”, que obligaron a realizar recortes masivos en salud y educación, control de precios de los alimentos e interminables esquemas de privatización, que permitieron a lxs capitalistas extranjerxs comprar recursos locales a precios de saldo. De alguna manera, el ajuste estructural nunca funcionó para que los países se recuperaran económicamente, pero eso solo significaba que permanecían en crisis, y la solución siempre era insistir en otra ronda de ajuste estructural.

El FMI también tenía otro papel menos célebre: el de ejecutor global. Su trabajo consistía en garantizar que ningún país (por pobre que fuera) dejara de pagar los préstamos a lxs banquerxs occidentales (por muy tontxs que fueran). Incluso si un banquero le ofreciera a un dictador corrupto un préstamo de mil millones de dólares, y ese dictador lo colocara directamente en su cuenta bancaria suiza y huyera del país, el FMI se encargaría de sacar mil millones de dólares (mas generosos intereses) de sus antiguas víctimas. Si un país incumpliera, por cualquier motivo, el FMI podría imponer un boicot al crédito, cuyos efectos económicos serían comparables a los de una bomba nuclear. (Todo esto contradice incluso la teoría económica elemental, según la cual se supone que quienes prestan dinero están aceptando un cierto grado de riesgo; pero en el mundo de la política internacional, las leyes económicas sólo se consideran vinculantes para los pobres). Este papel fue su perdición.

Lo que ocurrió fue que Argentina incumplió y se salió con la suya. En la década de los noventa, Argentina había sido el alumno estrella del FMI en América Latina— literalmente habían privatizado todas las instalaciones públicas excepto la oficina de aduanas. Luego, en 2002, la economía colapsó. Los resultados inmediatos los conocemos todos: batallas en las calles, asambleas populares, derrocamiento de tres gobiernos en un mes, cortes de carreteras, fábricas okupadas. El “horizontalismo”—principio ampliamente anarquista—fue el corazón de la resistencia popular. La clase política estaba tan completamente desacreditada que lxs políticxs se vieron obligados a ponerse pelucas y bigotes falsos para poder comer en restaurantes sin ser agredidxs físicamente. Cuando Néstor Kirchner, un socialdemócrata moderado, tomó el poder en 2003, sabía que tenía que hacer algo dramático para que la mayoría de la población aceptara la mera idea de tener un gobierno, por no decir el suyo. Así que lo hizo. De hecho, hizo lo único que se supone que nadie en esa posición debe hacer. Incumplió el pago de la deuda externa de Argentina.

En realidad, Kirchner fue bastante inteligente al respecto. No incumplió con sus préstamos del FMI. Incumplió el pago de la deuda privada de Argentina, anunciando que, a los préstamos pendientes, solo les pagaría 25 centavos por dólar. Citibank y Chase, por supuesto, acudieron al FMI, su ejecutor habitual, para exigir un castigo. Pero por primera vez en su historia, el FMI se opuso. En primer lugar, con la economía argentina ya en ruinas, incluso el equivalente económico de una bomba nuclear haría poco más que hacer rebotar los escombros. En segundo lugar, casi todos sabían que fue el desastroso consejo del FMI el que preparó, desde el principio, el escenario para el colapso de Argentina. En tercer lugar, y lo más decisivo, esto ocurrió en el punto más álgido del impacto del movimiento por la justicia global: el FMI ya era la institución más odiada del planeta, y destruir voluntariamente lo poco que quedaba de la clase media argentina habría sido llevar las cosas demasiado lejos.

Así que a Argentina se le permitió salirse con la suya. Después de eso, todo cambió. Brasil y Argentina juntos acordaron pagar su deuda pendiente con el propio FMI. Con un poco de ayuda de Chávez, el resto del continente hizo lo mismo. En 2003, la deuda latinoamericana con el FMI ascendía a 49.000 millones de dólares. Ahora son $ 694 millones. Para poner eso en perspectiva: eso es una disminución del 98,6%. Por cada mil dólares adeudados hace cuatro años, América Latina debe ahora catorce dólares. Asia lo siguió. China e India ya no tienen ninguna deuda pendiente con el FMI y se niegan a pedir nuevos préstamos. El boicot ahora incluye a Corea, Tailandia, Indonesia, Malasia, Filipinas y casi todas las demás economías periféricas importantes. También Rusia. El Fondo se reduce a regir las economías de África, y, tal vez, de algunas zonas de Oriente Medio y la antigua esfera soviética (básicamente aquellas sin petróleo). Como resultado, sus ingresos se han desplomado un 80% en cuatro años. En la ironía de todas las posibles ironías, cada vez parece más probable que el FMI irá a la quiebra si no encuentra a alguien dispuesto a rescatarlo, pero no está claro que alguien en particular quiera hacerlo. Con su reputación de ejecutor fiscal hecha jirones, el FMI ya no sirve a ningún propósito evidente, ni siquiera para lxs capitalistas. Ha habido una serie de propuestas en reuniones recientes del G8 para idear una nueva misión para la organización—una especie de tribunal internacional de quiebras—tal vez, pero todas terminaron siendo torpedeadas por una razón u otra. Incluso si el FMI sobrevive, ya se ha reducido a una caricatura de su antiguo yo.

El Banco Mundial, que al principio asumió el papel de policía bueno, está algo mejor. Pero aquí se debe hacer hincapié en la palabra “algo”—porque sus ingresos solo han caído en un 60%, no en un 80%, y hay pocos boicots reales. Por otro lado, el Banco se mantiene actualmente en funcionamiento en gran parte por el hecho de que India y China todavía están dispuestos a negociar con él, y ambas partes lo saben, por lo que ya no está en condiciones de dictar los términos.

Obviamente, todo esto no significa que hayamos acabado con todos los monstruos. En América Latina, el neoliberalismo puede estar huyendo, pero China e India están llevando a cabo “reformas” devastadoras dentro de sus propios países, el sistema de protección social europeo está siendo atacado y la mayor parte de África, a pesar de muchas posturas hipócritas por parte de los Bonos y los países ricos del mundo, todavía está endeudada y ahora también se enfrenta a una nueva colonización por parte de China. Estados Unidos, con su poder económico en retroceso en la mayor parte del mundo, está tratando frenéticamente de redoblar su control sobre México y América Central. No vivimos en la utopía. Pero eso ya lo sabíamos. La pregunta es por qué nunca nos dimos cuenta de nuestras victorias.

Olivier de Marcellus, un activista de la PGA de Suiza señala una razón: cada vez que algún elemento del sistema capitalista se ve afectado, ya sea la industria nuclear o el FMI, algún periódico de izquierdas comenzará a explicarnos que, en realidad, todo esto es parte de su plan—o tal vez, un efecto del inexorable desarrollo de las contradicciones internas del capital, pero, ciertamente, nada de lo que nosotrxs mismxs seamos, de alguna manera, responsables. Más importante aún, quizás, es nuestra reticencia a decir siquiera la palabra “nosotrxs”. El impago argentino, ¿no fue realmente diseñado por Néstor Kirchner? ¿Qué tiene que ver con el movimiento de globalización? Quiero decir, no es como si sus medidas hubieran sido forzadas por miles de ciudadanxs que se levantaron, rompieron bancos y reemplazaron al gobierno con asambleas populares coordinadas por el IMC. O, bueno, está bien, tal vez lo fue. Bien, en ese caso, esxs ciudadanxs eran Personas de Color en el Sur Global. ¿Cómo podemos “nosotrxs” asumir la responsabilidad de sus acciones? No importa que en su mayoría se vieran a si mismxs como parte del mismo movimiento de justicia global que nosotrxs, defendieran ideas similares, vistieran ropas similares, usaran tácticas similares, y en muchos casos pertenecieran incluso a las mismas confederaciones u organizaciones. Decir “nosotrxs” aquí implicaría el pecado primario de hablar por otrxs.

Yo mismo, creo que es razonable que un movimiento global considere sus logros en términos globales. Estos no son despreciables. Sin embargo, al igual que con el movimiento antinuclear, casi todos se centraron en el medio plazo. Permitidme trazar una jerarquía similar de objetivos:

1) Metas a corto plazo: bloqueo y cierre de determinadas cumbres (FMI, OMC, G8, etc.).

2) Metas a medio plazo: destruir el “Consenso de Washington” en torno al neoliberalismo, bloquear todos los nuevos pactos comerciales, deslegitimar y finalmente cerrar instituciones como la OMC, el FMI y el Banco Mundial; difundir nuevos modelos de democracia directa.

3) Metas a largo plazo: (al menos para los elementos más radicales) aplastar el estado y destruir el capitalismo.

Aquí nuevamente encontramos el mismo patrón. Después del milagro de Seattle, los objetivos a corto plazo—tácticos—rara vez se lograron. Pero esto se debió principalmente a que, ante tal movimiento, los gobiernos tienden a atrincherarse y hacen que sea una cuestión de principios el hecho de no ser visiblemente derrotados. Esto generalmente se consideraba mucho más importante, de hecho, que el éxito de la cumbre en cuestión. La mayoría de lxs activistas no parecen darse cuenta de que, en muchos casos —por ejemplo, las reuniones del FMI y el Banco Mundial de 2001 y 2002—, la policía terminó imponiendo protocolos de seguridad tan elaborados, que esos mismos protocolos estuvieron a punto de cancelar las reuniones; asegurando que muchos actos se cancelaran, las ceremonias se arruinaran, y nadie tuviera realmente la oportunidad de hablar con lxs demás. Pero la cuestión no era si lxs funcionarixs de comercio se reunían o no. La cuestión era que lxs manifestantes no podían ser vistxs como ganadorxs.

También en este caso, las metas a medio plazo se lograron tan rápidamente que en realidad dificultaron las metas a largo plazo. Las ONG, los sindicatos, lxs marxistas autoritarixs y aliadxs similares abandonaron el barco casi de inmediato; siguieron debates estratégicos, pero se llevaron a cabo, como siempre, de manera indirecta, como argumentos sobre razas, privilegios, tácticas, como casi cualquier cosa menos debates estratégicos reales. Aquí, también, todo se hizo infinitamente más difícil por el recurso de la guerra del estado.

Es difícil, como mencioné, que lxs anarquistas puedan asumir mucha responsabilidad directa por el inevitable final de la guerra en Irak, o incluso la patada en la boca que el imperio se llevó allí. Sin embargo, se podría defender su responsabilidad indirecta. Desde los años 60 y la catástrofe de Vietnam, el gobierno de Estados Unidos no ha abandonado su política de responder a cualquier amenaza de movilización democrática masiva con un regreso a la guerra. Pero debe tener mucho más cuidado. Básicamente, tienen que diseñar guerras a prueba de protestas. Hay muy buenas razones para creer que la primera Guerra del Golfo se diseñó explícitamente con esto en mente. El enfoque adoptado para la invasión de Irak—la insistencia en un ejército más pequeño y de alta tecnología, la extrema dependencia del fuego indiscriminado, incluso contra civiles, para evitar cualquier nivel de bajas estadounidenses que pudiera asemejarse al de Vietnam—parece haber sido desarrollado, de nuevo, más con la intención de evitar cualquier potencial movimiento de paz en casa, que en aras de la eficacia militar. Esto, de todos modos, ayudaría a explicar por qué el ejército más poderoso del mundo ha terminado maniatado e incluso derrotado por un grupo de guerrillerxs casi inimaginablemente heterogéneo, con un insignificante acceso a zonas seguras exteriores, financiación o apoyo militar. Al igual que en las cumbres del comercio, están tan obsesionadxs con asegurarse de que las fuerzas de la resistencia civil no puedan ganar la batalla en casa, que preferirían perder la guerra real.

Perspectivas (con un breve regreso a la España de los años 30)

¿Cómo, entonces, afrontar los peligros de la victoria? No puedo afirmar tener respuestas simples. Realmente escribí este ensayo más para iniciar una conversación, para poner el problema sobre la mesa—para inspirar un debate estratégico.

Aun así, algunas implicaciones son bastante obvias. La próxima vez que planeemos una campaña de acción importante, creo que haríamos bien en, al menos, tener en cuenta la posibilidad de que podamos lograr nuestros objetivos estratégicos de rango medio muy rápidamente, y que cuando eso suceda, muchos de nuestrxs aliadxs se alejarán. Tenemos que reconocer los debates estratégicos por lo que son, incluso cuando parecen tratar de otra cosa. Tomemos un ejemplo famoso: las discusiones sobre la destrucción de la propiedad después de Seattle. La mayoría de los argumentos utilizados realmente fueron, creo, argumentos sobre el capitalismo. Aquellxs que criticaron la rotura de ventanas lo hicieron, principalmente, porque deseaban hacer un llamamiento a lxs consumidorxs de clase media para que avanzaran hacia el consumismo verde al estilo Global Exchange, para aliarse con las burocracias laborales y lxs socialdemócratas en el extranjero. Este no fue un camino diseñado para crear una confrontación directa con el capitalismo, y la mayoría de lxs que nos instaron a tomar este camino eran, al menos, escépticxs sobre la posibilidad de que el capitalismo pudiera realmente ser derrotado.

A lxs que rompieron ventanas no les importaba si estaban ofendiendo a lxs propietarixs de viviendas de los suburbios, porque no lxs veían como elemento potencial de una coalición revolucionaria anticapitalista. En efecto, estaban tratando de llamar la atención de los medios de comunicación para enviar el mensaje de que el sistema era vulnerable—con la esperanza de inspirar actos de insurrección similares por parte de aquellxs que podrían considerar entrar en una alianza genuinamente revolucionaria: adolescentes alienadxs, personas de color oprimidas, trabajadorxs de base cansadxs de lxs burócratas sindicales, lxs sin techo, lxs criminalizadxs, lxs radicalmente descontentxs. Si un movimiento militante anticapitalista comenzara en Estados Unidos, tendría que comenzar con personas como estas: personas que no necesitan estar convencidas de que el sistema está podrido, solo de que hay algo que pueden hacer al respecto. Y, en todo caso, aunque fuera posible una revolución anticapitalista sin enfrentamientos armados en las calles—cosa que la mayoría de nosotrxs esperamos, ya que, seamos sincerxs, si nos enfrentamos al ejército estadounidense, perderemos—no hay forma posible de llevar a cabo una revolución anticapitalista y al mismo tiempo respetar escrupulosamente los derechos de propiedad.

Esto último en realidad conduce a una pregunta interesante. ¿Qué significaría ganar, no solo nuestras metas a medio plazo, sino también a largo plazo? Por el momento, nadie tiene claro cómo sucedería, por la misma razón que a ningunx de nosotrxs le queda mucha fe en “la” revolución, en la antigua acepción del término de los siglos XIX o XX. Después de todo, la idea de una revolución total, de que habrá una única insurrección de masas o huelga general y luego todos los muros se derrumbarán, se basa enteramente en la vieja fantasía de tomar el estado. Esa es la única manera en que la victoria podría ser absoluta y completa—al menos, si hablamos de todo un país o territorio significativo.

A modo de ilustración, considerad esto: ¿qué hubiera significado realmente para lxs anarquistas españoles haber “ganado” en 1937? Es sorprendente lo poco que nos hacemos estas preguntas. Simplemente imaginamos que habría sido algo así como la Revolución Rusa, que comenzó de manera similar, con la disolución del viejo ejército y la creación espontánea de soviets obreros. Pero eso fue en las principales ciudades. A la Revolución Rusa le siguieron años de guerra civil en los que el Ejército Rojo impuso gradualmente el control del nuevo estado sobre cada parte del antiguo Imperio Ruso, tanto si las comunidades en cuestión lo querían como si no. Imaginemos que las milicias anarquistas en España hubieran derrotado al ejército fascista, que luego se habría disuelto por completo, y hubieran expulsado al Gobierno republicano socialista de sus oficinas en Barcelona y Madrid. Eso sin duda habría sido una victoria para los estándares de cualquiera. Pero ¿qué hubiera pasado después? ¿Habrían declarado España una no-república, un anti-estado situado exactamente dentro de las mismas fronteras internacionales? ¿Habrían impuesto un régimen de consejos populares en todos los pueblos y municipios del territorio de la antigua España? ¿Cómo exactamente?

Hay que tener en cuenta aquí que había muchos pueblos, ciudades e incluso regiones enteras de España donde lxs anarquistas eran casi inexistentes. En algunos, casi toda la población estaba compuesta por católicxs conservadorxs o monárquicxs; en otros (digamos, el País Vasco), había una clase trabajadora militante y bien organizada, pero abrumadoramente socialista o comunista. Incluso en el apogeo del fervor revolucionario, la mayoría de ellxs se mantendrían fieles a sus antiguos valores e ideas. Si la victoriosa FAI intentara exterminarlos a todxs—tarea que hubiera requerido matar a millones de personas—o expulsarlas del país, o reubicarlas por la fuerza en comunidades anarquistas, o enviarlas a campos de reeducación—no solo habrían sido culpables de atrocidades de primer orden, sino que habrían tenido que renunciar, también, a ser anarquistas. Las organizaciones demócratas simplemente no pueden cometer atrocidades a esa escala de manera sistemática: para eso, se necesitaría una organización de arriba-abajo al estilo comunista o fascista, ya que, en realidad, no se puede lograr que miles de seres humanos masacren sistemáticamente a mujeres, niñxs y ancianxs indefensxs, destruyan comunidades o expulsen a las familias de sus hogares ancestrales, a menos que, al menos, puedan decir que solo seguían órdenes. Parece que solo habría dos posibles soluciones al problema

1. Que la República hubiera continuado como gobierno de facto, controlada por lxs socialistas; dejar que estxs impusieran el control del gobierno en las áreas de mayoría de derechas, mientras llegaban a algún tipo de acuerdo para dejar a las ciudades, pueblos y aldeas de mayoría anarquista organizarse en paz como quisieran … y esperar que el gobierno mantuviera el trato.

2. Declarar que todxs debían formar sus propias asambleas populares locales y dejar que ellas eligieran su propia forma de autoorganizarse.

Esto último parece más apropiado para los principios anarquistas, pero los resultados probablemente no hubieran sido muy diferentes. Después de todo, si lxs habitantes de, digamos, Bilbao hubieran decidido colectivamente crear un gobierno local, ¿cómo exactamente se lxs habría detenido? Los municipios donde la mayoría de la gente todavía fuera leal a la iglesia o lxs terratenientes locales, pondrían al cargo, probablemente, a las mismas viejas autoridades de derechas; los municipios socialistas o comunistas pondrían al cargo a burócratas de los partidos socialistas o comunistas. Los estatistas de derechas e izquierdas habrían fundado cada uno confederaciones rivales que, aunque controlaran solo una fracción del antiguo territorio español, se declararían a sí mismos el gobierno legítimo de España. Los gobiernos extranjeros reconocerían a uno o a otro—ya que ninguno estaría dispuesto a intercambiar embajadorxs con una organización no gubernamental como la FAI, incluso suponiendo que la FAI quisiera intercambiar embajadorxs con ellos, cosa que no haría.

En otras palabras, la lucha armada en sí podría terminar, pero la lucha política continuaría—y presumiblemente gran parte de España habría terminado pareciéndose a la Chiapas contemporánea, con cada distrito o comunidad dividida entre facciones anarquistas y anti anarquistas. La victoria final tendría que ser un largo y arduo proceso. La única forma de ganarse realmente los enclaves del estado habría sido ganarse a sus hijxs, lo que podría haberse logrado creando, en las zonas sin estado, una forma de vida ostensiblemente más libre, más placentera, más hermosa, segura, relajada y plena. Las potencias capitalistas extranjeras, por otro lado, incluso si no hubieran intervenido militarmente, habrían hecho todo lo posible para atajar la notoria “amenaza de un buen ejemplo” mediante boicots económicos y subversión, e invirtiendo recursos en las zonas controladas por un estado. Al final, todo habría dependido, probablemente, del grado en que las victorias anarquistas en España hubieran inspirado insurrecciones similares en otros lugares.

El verdadero objetivo de este ejercicio imaginativo es señalar que no hay rupturas limpias en la historia. La implicación inherente a la vieja idea de la ruptura limpia, el momento en que el estado cae y el capitalismo es derrotado, es que, cualquier cosa que no sea eso, no es realmente una victoria. Si el capitalismo se mantiene en pie, si comienza a comercializar las ideas que otrora fueron subversivas, demuestra que lxs capitalistas realmente han ganado. Has perdido; has sido cooptado. Para mí esto es absurdo. ¿Podemos decir que el feminismo perdió, que no logró nada, solo porque la cultura corporativa se sintió obligada a condenar, de boquilla, el sexismo y las empresas capitalistas comenzaron a comercializar libros, películas y otros productos feministas? Por supuesto que no: a menos que se haya logrado destruir el capitalismo y el patriarcado de un solo golpe, esta es una de las señales más claras de que se ha llegado a alguna parte. Es de suponer que, cualquier camino eficaz hacia la revolución implicará un sinfín de momentos de cooptación, un sinfín de campañas victoriosas, un sinfín de pequeños momentos de insurrección o de momentos de huida y autonomía encubierta. Dudo incluso en especular sobre cómo podría ser realmente. Pero para empezar a dar pasos en esa dirección, lo primero que tenemos que hacer es reconocer que a veces, de hecho, hemos ganado.

En realidad, recientemente, hemos ganado bastante. La cuestión es cómo romper el ciclo de exaltación y desesperación e idear algunas soluciones estratégicas (cuantas más, mejor) para que estas victorias puedan construirse unas sobre otras, y crear un movimiento continuo hacia una nueva sociedad.

Desde 2001 hasta hoy en día—la lucha continúa